- Según la agencia de rescate Zaka, se recuperaron más de 270 cuerpos en el lugar donde se estaba celebrando el festival.
Los hermanos Osher y Michael Waknin querían celebrar “la amistad, el amor y la libertad infinita”, pero la última fiesta que organizaron se convirtió en una pesadilla. A continuación, el relato de una masacre erigida en símbolo del ataque sin precedentes contra Israel lanzado por el movimiento palestino Hamás.
Su idea de organizar la primera edición en Israel de Tribe of Nova, un festival de música nacido en Brasil dos décadas atrás, se anunciaba como un éxito. Unas 3,500 personas, entre israelíes y extranjeros, asisten desde el viernes al evento en el sur del país.
Tres escenarios, varios DJ de todo el mundo, una zona de acampada, bares para abastecer a los festivaleros… Nada se ha dejado al azar en este recinto al aire libre situado en el desierto del Néguev, a cinco kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza.
Al amanecer del sábado 7 de octubre, los jóvenes siguen bailando cuando de repente la música tecno se detiene. Son alrededor de las 06:30 de la mañana (hora local) y a lo lejos, se escuchan ruidos sordos. “Chicos, alerta roja, reagrúpense”, advierte la megafonía.
Chispas seguidas de explosiones invaden el anaranjado cielo. La Cúpula de Hierro, el sistema de defensa antiaérea de Israel, intercepta los primeros cohetes lanzados por el grupo islamista Hamás desde Gaza.
En ese momento, “todavía reíamos y no nos tomábamos la situación en serio”, explicó Efraim Mordejayev, un soldado de 23 años que estaba de fiesta ese fin de semana, coincidiendo con el final de la festividad judía de Sucot.
“Estamos acostumbrados a los cohetes” lanzados desde el enclave, dice. La Franja de Gaza, territorio empobrecido donde viven hacinadas dos millones de personas, está sometida a un bloqueo israelí desde que Hamás se hizo con todo el control en 2007.
El joven y sus amigos empiezan a dispersarse con tranquilidad, pero enseguida se dan cuenta de que nada es como siempre. El peligro no viene solo del cielo, sino que irrumpen hombres armados, algunos en parapentes motorizados, otros en motocicletas o camionetas.
“Cuando vimos a los terroristas, el pánico se desató”, recuerda.
Persecución
Empieza entonces una persecución. Los asaltantes abaten metódicamente a quienes se cruzan en su camino, indiscriminadamente. Los agentes de seguridad y policías presentes se ven rápidamente desbordados y son también blanco de los ataques.
Todo el mundo corre para salvar su vida: algunos hacia los campos que rodean el lugar, otros intentan llegar a su vehículo aparcado en los dos aparcamientos del festival. Pero rápidamente se forma un atasco.
“Miré hacia atrás y vi que en el auto detrás de mí había tres cadáveres y que todas las ventanas estaban rotas”, explica el soldado.
Solo quedan dos opciones: esconderse o huir a pie a través de la llanura. Mordejayev escoge la segunda y corre de arbusto en arbusto, aterrorizado, hasta que un vehículo hasta los topes lo recoge en campo abierto.
La ruta 232, la única para salir de este infierno, tampoco es muy segura. Situada en paralelo al muro fronterizo que separa Israel de la Franja de Gaza, la carretera conecta el kibutz vecino de Reim a la ciudad de Sederot, unos 30 kilómetros más al norte.
“Vi a gente muriendo a mi alrededor”
Una cámara a bordo de un auto que logró huir muestra cómo la trampa se cierra sobre sus ocupantes. Las ráfagas disparadas por combatientes palestinos emboscados revientan el parabrisas y obligan al conductor a detenerse, sin que se sepa si fue alcanzado.
La joven Gili Yoskovich decide abandonar su coche para correr a campo través. Pero en este paisaje desértico apenas hay donde esconderse. La mujer divisa un huerto y corre a refugiarse, con los atacantes siguiéndola de cerca.
“Fueron árbol por árbol y dispararon. Vi a gente muriendo a mi alrededor. Me quedé muy callada. No lloré, no hice nada”, declaró tras conseguir escapar con su novio. Pero no todos tuvieron la misma suerte.
A quemarropa
Tres horas después del inicio del ataque, los milicianos de Hamás siguen con su masacre sin encontrar resistencia.
Durante horas, mientras el restallido de las armas automáticas se acerca cada vez más, algunos se lanzan detrás de un coche, se dispersan desordenadamente. Presas del pánico, algunos incluso se tumban entre los cadáveres con la esperanza de sobrevivir.
Imágenes de videovigilancia muestran cómo un hombre con gorra negra y chaleco antibalas se lleva a un rehén con una camiseta ensangrentada.
Al fondo, un joven que se hace el muerto se mueve ligeramente al pensar que puede huir, pero otro asaltante se le acerca por detrás y lo mata a quemarropa.
Varios supervivientes explicaron a los medios que esperaron incluso siete horas a que el ejército israelí los rescatara. Los primeros socorristas en llegar descubren con horror el alcance de la matanza: 270 muertos.
Decenas de vehículos calcinados abarrotan el acceso al lugar. A lo largo de cientos de metros, sacos de dormir, colchones, zapatos y neveras yacen abandonados.
“En cada coche había uno, dos o tres cadáveres”, explica Moti Bukjin, portavoz de la oenegé israelí Zaka. “Algunos tenían una bala en la cabeza o en la barbilla”, a otros “les dispararon cuando intentaban huir y cayeron en las cunetas junto a la carretera”.
Cuatro días después de esta tragedia, además de llorar a los muertos, la angustia corroe a las familias que buscan a los desaparecidos. Se cree que decenas han sido secuestrados y están de rehenes en la Franja de Gaza, bombardeada día y noche por el ejército de Israel.
¿Michael Waknin, uno de los gemelos organizadores, es uno de ellos? ¿Está vivo y escondido en algún lugar? Eso es lo que quiere creer su hermana Ausa, que no tiene noticias de él.
En cuanto a su hermano Osher, testigos lo vieron salir de su auto para socorrer a gente en medio del caso. Su viuda Sunny Waknin asegura que murió como un “héroe”. Sus restos mortales fueron enterrados el martes en Jerusalén.