- La bailarina principal de la Ópera de París, Valentine Colasante, embadurna con un barniz especial el interior de su calzado.
En un sótano del Palacio Garnier, la bailarina principal de la Ópera de París, Valentine Colasante, embadurna con un barniz especial el interior de sus zapatillas de ballet, antes de secarlas en una máquina.
Es un ritual puntilloso pero necesario cuando tienes que afrontar un ballet clásico.
“En estos momentos estamos bailando el Lago de los Cisnes y para cada representación utilizo entre dos y tres pares” de zapatillas, explica la bailarina a la AFP.
“Paso bastante tiempo aquí en estos momentos”, dice sonriendo.
Colasante cambia de zapatillas después de cada acto de la obra. El objetivo es que la puntera del calzado “aguante bien el arco plantario y proporcione estabilidad para realizar las piruetas y los equilibrios”.
Las zapatillas y el tutú son los símbolos por excelencia del ballet clásico.
Su efecto en el escenario es mágico, pero los preparativos implican horas de trabajo.
Las zapatillas están hechas a medida por artesanos, que utilizan distintos materiales y satén para el exterior.
“Media hora para cada par”
Para aconsejar a las principiantes, muchas bailarinas muestran en redes sociales sus trucos.
“Es como hacerse un moño, lo hago desde que soy pequeña, forma parte de mi rutina” explica esta bailarina principal, que obtuvo el rol de bailarina “étoile” (principal) en 2018.
“Hay que contar una media hora por cada par” de zapatillas, explica. Lo hace en sus “horas libres, antes o después de los espectáculos“.
Colasante gasta entre 10 y 15 pares por mes, y las reutiliza para los ensayos. Cada par cuesta unos 60 euros (unos 55 dólares), que pagan la ópera y sus mecenas.
Para darles flexibilidad, hay que deformar las zapatillas a mano. Algunas bailarinas rompen su estructura, o la pliegan. Luego se recorta la suela, para realzar el pie, y se le cosen lazos y bandas elásticas.
Antes de entrar al escenario, y para evitar los resbalones, algunas bailarinas lijan la suela externa, para que se vuelva rugosa. Otras frotan las puntillas con colofonia, una resina sólida.
“Un par de zapatillas tienen que mantenerse verticales sobre sus puntas por si solas”, explica Valentine Colasante.
Para el secado de esas resinas, que son un derivado de la trementina, hay una máquina especial, instalada por la Ópera. Así las bailarinas ya no deben dejarlas en los pasillos, con el riesgo de intoxicación.
La protección de los pies
Luego está todo el ceremonial para evitar las ampollas en los dedos de los pies. Como con las zapatillas, cada bailarina conoce sus trucos.
Valentine Colasante utiliza espadadrapo y lo que se conoce como algodón carde, utilizado en farmacia.
“Algunas bailarinas utilizan silicona (en la punta de la zapatilla) pero en mi caso el algodón protege mejor mis dedos“, explica.
“Las tiritas han mejorado, resisten mejor la transpiración”, explica Colasante.
Los lazos de sus zapatillas son elásticos, para proteger mejor su tendón de Aquiles y sus ligamentos.
Esta bailarina principal asegura que con todas esas protecciones, el trabajo de puntas es menos doloroso de lo que imagina el público.
El aprendizaje de ese ejercicio tan particular empieza hacia los doce años.
“Cuando era más joven bailaba con zapatillas más duras. A medida que mi pie se fue reforzando, utilicé zapatillas más blandas. Siempre las estás ajustando”, explica Colasante, que, siguiendo la tradición de la ópera, regularmente imparte consejos a las aprendices de la escuela de danza.
“Es un objeto que me fascinaba cuando era pequeña y la fascinación sigue intacta”, explica.
*Con información de AFP.