Guadalajara es poseedor de una vibrante escena culinaria, y prueba de ello es el Tejuino, una de las bebidas más emblemáticas de Jalisco y que recientemente celebró su tercer aniversario como Patrimonio Municipal. Esta bebida fermentada de maíz y piloncillo, de sabor refrescante y profundo, ha conquistado paladares tanto locales como visitantes, manteniendo viva una tradición que ha pasado de generación en generación.
Leonardo González, uno de los vendedores de esta icónica bebida en Guadalajara, ha estado en el negocio por más de 10 años. Con su puesto en el cruce de Juan Álvarez y Andrés Terán, comparte con entusiasmo los secretos de su receta. “La madre base viene siendo la masa de maíz. La preparación comienza al hervir agua con piloncillo, un proceso lento en el que la mezcla toma forma. Cuando empieza a hervir, se añade la masa diluida en agua para obtener un atole. Luego se apaga el fuego y se deja reposar para después fermentar con cáscara de piña”, comentó Leonardo.
El proceso de elaboración requiere paciencia y tiempo. Para lograr la fermentación adecuada, el tejuino necesita reposar entre cinco días y una semana. Esta fermentación es esencial para lograr el sabor auténtico que tanto gusta. Antes de servir, el tejuino se enfría para garantizar su frescura máxima, y al momento de disfrutarlo, se le añade una pizca de sal, hielo y nieve de limón, creando una bebida única que es tanto un refresco como una tradición.
Cada vaso de tejuino representa más que una bebida: es un tributo a la cultura tapatía, una delicia refrescante y un símbolo del mestizaje que define la gastronomía local. Es, sin duda, un sabor que celebra el tiempo y la dedicación de los productores, y una tradición que continúa ganando reconocimiento, siendo parte de la esencia misma de Guadalajara.
Con información de Mabel Anaya Ortega.