JESUITAS ESPERAN JUSTICIA PARA SUS HERMANOS ASESINADOS EN LA SIERRA TARAHUMARA

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15 de marzo de 2023

  • Javier Campos, de 79 años, y Joaquín Mora, de 80, fueron asesinados dentro de la iglesia junto con el guía Pedro Eliodoro Palma.

“Hay muchos detenidos, pero no está detenido el responsable”: los jesuitas de México reclaman diariamente justicia por el asesinato de dos de sus hermanos hace nueve meses, y se aferran a su misión en una remota comunidad de la Sierra Tarahumara, en el noroeste del país.

Lejos de batirse en retirada por el trauma, la orden misionera ha reforzado su presencia. “Éramos tres los que estábamos y ahorita ya vamos a ser cinco”, murmura el padre Jesús Reyes, testigo del crimen de los religiosos y de un guía turístico, ejecutado por un señalado narcotraficante el pasado 20 junio.

Reyes es uno de los curas que vela por la misión de Cerocahui, en el estado de Chihuahua (fronterizo con Estados Unidos).

“Seguimos aquí con nuestros pueblos, tanto los indígenas como los mestizos”, añade, refiriéndose a los rarámuri, una comunidad indígena que los jesuitas comenzaron a evangelizar en el siglo XVII.

Pero tan férrea determinación no alivia la desazón por el homicidio de sus hermanos, aún no esclarecido.

“Hay cosas que nosotros no nos explicamos ni tampoco podemos entender. La gente lo mismo, también [está] muy dolida y sobre todo con incertidumbre”, dice Reyes. “No había ninguna razón” para asesinarlos.

En la plaza del pueblo, emplazado sobre una meseta al borde de la Barranca del Cobre -un sistema de profundos cañones-, fuerzas de seguridad resguardan la misión.

Algunos turistas hacen escala bajo un sol radiante mientras regresan del ultramaratón que reunió a más de 400 corredores extranjeros y mexicanos en las gargantas del cañón el fin de semana pasado.

Al entrar al templo, de dimensiones modestas y coronado por una cúpula, los visitantes se topan con los retratos de los hermanos Javier y Joaquín, mientras dos cruces señalan sus tumbas en el jardín de la misión.

Pilares de la comunidad

Javier Campos, de 79 años, y Joaquín Mora, de 80, fueron asesinados dentro de la iglesia junto con el guía Pedro Eliodoro Palma.

“¡Cuántos asesinatos en México!”, exclamó entonces el papa Francisco -un jesuita- al expresar su “dolor y consternación” por el crimen.

Cristina Domínguez, una voluntaria que limpia el lugar, recuerda la presencia reconfortante de Campos, a quien llamaban coloquialmente “el gallo” por su perfecta imitación del canto del ave.

“Tengo un hijo que desapareció hace 12 años. Cuando eso pasó, el padrecito vino a mi casa, con sus palabras de consuelo me ayudó mucho”, evoca Domínguez.

A tres horas de Cerocahui, los jesuitas atienden una clínica para la comunidad rarámuri en Creel, un pueblo turístico y escala del legendario tren “Chepe”, que desciende desde las alturas de Chihuahua hasta la costa del Pacífico.

“Aparte tenemos la oficina de derechos humanos que me toca presidir”, explica el padre Javier Ávila en su despacho, cuyas paredes revestidas de madera están decoradas con una impresionante colección de crucifijos tallados a mano.

Ávila lamenta que el asesino siga libre, pese a la captura de varios supuestos miembros de su banda criminal.

“Para mí no es presunto, es el responsable”, añade el padre que desde hace un tiempo tiene una escolta de seguridad.

Se refiere a José Portillo, apodado “el Chueco”, de unos 30 años y vinculado, según medios locales, con el cártel de Sinaloa.

Según el padre Jesús, el criminal baleó a los curas cuando perseguía a un enemigo.

“Andamiaje de delincuencia”

Cabecilla de un grupo armado, “el Chueco” sería igualmente responsable del tráfico ilegal de madera en la sierra.

La “deforestación criminal” perpetrada por “grupos armados” afecta a los rarámuris, asegura Ávila.

“Al detener a este individuo no se va a solucionar el conflicto (…), se va a comenzar a solucionar cuando se empiece a destruir, a desbaratar el andamiaje de delincuencia que el mismo Estado ha permitido que se construya”, asevera el misionero de barba blanca.

Ávila ironiza sobre el eslogan del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, que propone “abrazos y no balazos” contra el crimen organizado.

“Los abrazos están en el imaginario del palacio del gobierno. Los balazos están aquí”, señala.

A finales de febrero, fuerzas de seguridad abatieron a “tres presuntos sicarios” al repeler “una agresión armada” cerca de Cerocahui, informó la fiscalía de Chihuahua, en un incidente que dejó también dos policías heridos.

En la frescura del atardecer, una alarma anuncia el arribo del tren a la estación de Creel. Turistas descienden y van a sus cómodos hoteles de 100 dólares la noche.

La violencia no ha afectado la demanda de pasajeros del ferrocarril, que va desde Chihuahua capital hasta Los Mochis, sobre la costa pacífica del estado de Sinaloa, asegura el subgerente del “Chepe“, Emilio Carrasco.

“Son hechos aislados”, considera el ejecutivo, que destaca que el tren estuvo “lleno” durante diciembre y enero. “Hay mucho interés de venir a conocer la Barranca del Cobre, que es cuatro veces más grande que el cañón del Colorado”, destaca Carrasco.



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