Ubicado entre el ir y venir estudiantil de la Preparatoria Jalisco y la silueta sobria del templo de Santa Mónica, el Edificio Arroniz comienza a perfilarse como un nuevo punto de encuentro cultural en el corazón de Guadalajara. Aunque desde 2015 es sede de la Secretaría de Cultura del Estado, el inmueble da un paso más allá en su vocación patrimonial para abrir sus puertas al arte y a la convivencia.
Cada mes, el Salón Arroniz se convierte en pista de baile para los amantes del danzón. Los acordes de trompetas y violines resuenan en sus patios mientras parejas de todas las edades reviven una tradición que conecta con el pulso del Centro Histórico. Además, el edificio ha sido escenario de festivales como el de las Flores, conciertos íntimos, proyecciones de cine y ciclos de conferencias que poco a poco lo integran a la vida cultural de la ciudad.
La Secretaría de Cultura ha trazado como objetivo convertir este recinto en un foro activo, más allá de su función administrativa y de su arquitectura imponente. Según la dependencia, en los próximos meses se presentará un programa permanente de actividades que busca atraer públicos diversos y ampliar la oferta cultural en el primer cuadro tapatío.
Con más de un siglo de historia, el Edificio Arroniz ha conocido múltiples transformaciones. Fue convento agustino, seminario, cuartel militar durante la Revolución, y hasta museo y archivo. Desde 2011, tras ser cedido por la Secretaría de la Defensa Nacional al Gobierno del Estado, su reapertura marcó un nuevo capítulo en su vida pública.
Diseñado por el ingeniero Antonio Arroniz Topete entre 1890 y 1902, el inmueble refleja las influencias del eclecticismo del Porfiriato. Su fachada de ladrillo rojo —material que el propio Arroniz introdujo en Guadalajara con su fábrica pionera— combina elementos barrocos, renacentistas y detalles de art nouveau. Al interior, cuatro patios conectados por corredores de arcos, escaleras de estilo manierista y una biblioteca de doble altura dan cuenta de una arquitectura pensada para perdurar.
Originario de Ameca, Antonio Arroniz Topete dejó una huella significativa en la ciudad, aunque su reconocimiento fue tardío. Además del edificio que lleva su nombre, participó en proyectos como el Seminario Mayor y numerosas residencias de la época. Falleció en 1926, a causa de enfermedades derivadas de su trabajo con materiales industriales.
Hoy, su legado cobra nueva vida. El edificio no solo invita a admirar su historia, sino a habitarla. Las actividades culturales del recinto pueden consultarse en las redes sociales de la Secretaría de Cultura de Jalisco.







