Fallecido este viernes a los 81 años, el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado inmortalizó durante cinco décadas lo mejor y lo peor del planeta: desde los remotos tesoros naturales hasta las calamidades humanas, con un estilo inconfundible que alió belleza con compromiso.
Autodidacta, Salgado, que tenía también la nacionalidad francesa, deja un icónico testimonio de centenares de viajes, publicado tanto en grandes revistas como Life y Time, como exhibido en museos de capitales como París, donde residió buena parte de su vida.
Desde Ruanda a Guatemala, pasando por Indonesia y Bangladés, el brasileño documentó hambrunas, guerras, éxodos y explotación laboral en el Tercer Mundo con la mirada empática y no condescendiente “de quien viene de la misma parte del mundo”, solía decir.
Su universo en blanco y negro, de estética elegante, también fue una celebración de los paisajes más bellos, como los ‘ríos voladores’ de la Amazonía, y a la vez un aviso de la necesidad de protegerlos ante la emergencia climática.
Salgado recibió prestigiosos galardones, como el Príncipe de Asturias y el Premio Internacional de la Fundación Hasselblad y fue protagonista del documental nominado al Óscar “La Sal de la Tierra”, de Wim Wenders, sobre sus periplos a lugares recónditos como el Círculo Polar Ártico y Papúa Nueva Guinea, que alimentaron su libro “Génesis” (2013).
Nacido el 8 de febrero de 1944 en la localidad rural de Aimorés, en el estado de Minas Gerais (sureste), Salgado se crió junto a siete hermanas en la finca propiedad de su padre, ganadero.
De su infancia en una tierra donde visitar a un allegado requería días de trayecto, decía haber aprendido la paciencia, primordial para un fotógrafo que debe saber esperar “la fracción de segundo” que busca captar.
Preguntado por lo aprendido a lo largo de su periplo planetario, Salgado resumió en 2016: “Que existe una cosa artificial que se llama fronteras. En todas partes, vi al mismo ser humano. El extranjero no existe”.
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